VINHO DO PORTO
Hay muchos catadores-bebedores por el mundo escribiendo, describiendo, y hasta con una pretensión
desmesurada, presumiendo de entender de vino de Oporto; me producen la misma alergia que los iluminados, que te
confidencian hablar con Dios todos los días y actuar según su mandato directo.
Tengo al vino de Oporto en un altar y le profeso demasiado respeto para
tratar de entenderlo, no acierto a explicarlo y menos a clasificarlo.
Como a las mujeres, se las ama o no, y solo cabe sentirlo,
emocionarse, empaparse, embeberse y entregarse. Lo considero
inclasificable, ininteligible, críptico e inexplicable y solo los
preparados para un duro camino de ascesis pueden llegar a aproximarse a su alma.
Es un vino clásico en el elegante sentido inglés de la palabra,
elitista, aristocrático, clasista, que califica mas a sus adeptos que
ellos lo clasifican a él, pues está por encima de todas las bebidas
que Dios puso en la tierra, para consolarnos por nuestro paso en este
Valle de Lágrimas.
Contrariamente a lo que parece, no es un vino portugués, a pesar de
ser y nacer como sus gentes, en su duro, áspero, árido, espartano y
lajado suelo. Es un Patrimonio Internacional de la Humanidad, para
disfrute de una selecta parte de ella, compuesta por un universo de
Hombres y Mujeres de Buen Gusto, en todas las Tierras y países del
Globo Terráqueo.
Originalmente nació como "Tostado" en la medieval Rivadavia y fue
transplantado a Melgaço, para refugiarse definitivamente río arriba
en el Douro. Fue demandado, controlado y adorado por los ingleses,
racionalizado en Denominación de Origen por los franceses, construidos
sus socalcos o "patamares" por "pedreiros" gallegos y transmontanos y
cultivado por portugueses. No hay mayor ejemplo mundial de milagrosa
cooperación multinacional para construir una permanente obra de arte
que se renueva en cada vendimia y cada Vintage.
Sabido es que la calidad está en relación inversa con la fertilidad, y
que a mayor producción de kilos de uva por hectárea, menor calidad
del vino producido. Y el Oporto puede presumir de conseguir menos de una
botella por cepa, todo un récord mundial de hacer poco y muy bien, en
lugar de mediocres hectolitros.
Marida y armoniza gozosamente en nuestros paladares con el Chocolate, el
MarronGlace y los quesos fuertes, principalmente, como no, con el mejor
y más próximo, el Queijo da Serra da Estrela, un portugués serio,
señero y señorial, también situado en el mas alto podio de la
Gastronomía Universal. Pero más metafísicamente, equilibra y
armoniza con los atardeceres en el lugar (una terraza sobre el mar,
oteando al occidente), en la hora (un crepúsculo vespertino) y en la
vida (una edad provecta). Mejora además con la edad, porque cuanto mas
viejo me hago, más me gusta. El Porto consigue que todos los viejos
planetas de la astrología coincidan y se alineen, logrando la
serenidad, la perfección y el azimut vital.
Es un vino sacramental, ritual, tanto es así que sus mayores
históricos bebedores pasan el Port en sentido de las agujas del reloj.
Así lo bebí, como un acto de comunión social, en el Liberal Club
a las Orillas del Támesis y en la Factory House, a las orillas del
Douro. Y después de probar esos antiguos e increíbles vinos, es
justo y necesario, de pié o de rodillas pero siempre reverentemente,
dar gracias a Dios por su regalo y benevolencia al ponerlos en nuestras
copas y alegrar y justificar nuestras vidas.
José Posada
Enólogo, FIJEV writer